Hoy hace ya un mes y medio que volví de Roma. He estado este mes muy liada con la vuelta y además, me he mudado de casa, por lo que he estado con una conexión a internet pésima. Pero espero que con la llegada de septiembre pueda volver a darle un poco de vida a esto (todo depende de los señores de Vodafone, que tienen que ponerme la instalación para Internet).
Se habla con bastante frecuencia de la depresión post- Erasmus, de lo desubicado que te sientes al volver a la vida real. Yo me debato entre la ilusión de una nueva etapa y la nostalgia por lo que se ha terminado. Va a ratos, a días. Por suerte, son más los momentos en los que me siento bien. Es extraño, y sigo sin estar acostumbrada a ello, como un avión te puede trasladar no sólo de un lugar a otro, sino de una vida a otra. Ahora, desde Valencia, Roma me parece un sueño. Sin embargo, ha sido tremendamente real y todo lo vivido ha provocado un cambio, una evolución en mí que percibo cada día. Durante este año he hablado de los lugares de Roma que se deben visitar, de restaurantes, tiendas… Sin embargo, hoy me gustaría hablar de por qué ha merecido la pena la experiencia, de lo que me traigo de esa ciudad, de todo el equipaje que no se factura, y que si se facturase haría de oro a Ryanair.
Por una parte, está el idioma, que es algo importantísimo y que te llevas si sabes aprovechar la experiencia y todas las posibilidades que se te presentan, que puedes aprender bastante bien. La experiencia de vivir sola también te hace crecer mucho como persona. Yo me he quitado esa capa de inutilidad que tenía en cuanto a lo referido a las labores domésticas. Y descubrir una ciudad tan grande y tan apasionante como Roma creo que te hace ser más tolerante, más abierto, y si como yo eres un desastre con la orientación, te enseña a terminar encontrándote cada vez que te pierdas. Te llevas también, obviamente, una sobredosis de cultura y de cosas extraordinarias, porque la ciudad nunca deja de sorprenderte. A mi familia y amigos les tengo ya aburridos de anécdotas del Erasmus, pero qué le vamos a hacer, la rememoración continua de momentos, lugares y experiencias es uno de los síntomas más importante de la depresión post Erasmus.
Pero lo más importante, la experiencia merece la pena si, como yo, tienes la suerte de conocer a personas que te marcarán de por vida. Por una parte, tuve la suerte de irme de Erasmus con una amiga de Valencia, Irene, que ya fue un apoyo desde el principio. Cuando encontramos nuestro piso, en el que alquilamos cada una una habitación individual, faltaba una doble por llenar, y no sabríamos quién vendría. Creo que no me equivoco cuando digo que no podríamos haber tenido más suerte. A esa habitación llegaron dos hermanas mexicanas, Sara y Anaís, con las que formamos una pequeña familia, porque durante este año no sólo hemos sido compañeras de piso. Nos hemos convertido en amigas, en hermanas, hemos hecho vida familiar con cenas hispano-mexicanas, largas conversaciones cuando una de nosotras ha estado mal, muchas horas de peliculas todas tiradas en la cama, y sobre todo, hemos creado una amistad que creo que durará muchos años. Sólo por lo que tuvimos en esa casa, ya ha merecido la pena.
Pero encima, tuve la enorme suerte de conocer a muchísimos amigos que como yo, habían llegado elegido Roma para su Erasmus. Cada uno de ellos me ha enseñado algo y sobre todo, con ellos he compartido momentos que recordaré siempre. Irene, Marta, Marías, Vero, Elena (con H también), Lydia, Rocío, Marina, Jorge, Migue, Borja, Pablo, Rafa, Sandra, Angy, Xuso, Victor, Vicky, Maca… Son los nombres de algunas de las personas increíbles con las que tantas cosas he compartido. También durante el Erasmus conoces a muchísima gente con la que a lo mejor no tienes tanto tiempo para entablar una amistad, pero que te marca e igualmente te aporta muchas cosas, aunque sea tan sólo un baile en una fiesta o una sonrisa con algún comentario sobre lo maravilloso de la burocracia italiana. He podido además, conocer a muchísima gente de México y a amigos italianos, entre ellos a Elena, que este cuatrimestre se ha venido de Erasmus a Valencia.
En definitiva, creo que lo más importante que te llevas de una experiencia así son las personas. Si volviese a vivirlo, repetiría cada momento con ellos, y si tuviese que dar un consejo a quien comienza un Erasmus sería que pasase el mayor tiempo posible rodeado de gente, con sus amigos.
Y siguiendo con las personas, la experiencia de vivir lejos de casa te hace valorar mucho mejor a tu familia y amigos, darte cuenta de la falta que te hacen en los momentos difíciles y la suerte que tienes de tenerles. Yo además me siento muy agradecida a mis padres por haberme permitido vivir una experiencia así, que sinceramente, con la miseria de beca que da tanto la UE como España, ha sido enteramente financiada por ellos. Les agradezco no sólo el esfuerzo económico, sino también la paciencia, el apoyo y los consejos. También a mis amigas, las de siempre, he aprendido a valorarlas mejor, y saber lo importante que es que formen parte de mi vida. Y a F, que tanto me ha enseñado, apoyado y quien siempre querré infinitamente.
Dice Sabina en una de mis canciones favoritas, Peces de ciudad, que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Yo en Roma he sido inmensamente feliz, e ignorando el consejo de Sabina, sé que voy a volver. Volveré porque es una ciudad que ha marcado mi vida y que forma ya parte de mí. Volveré, quizás, de vacaciones, o puede que busque el modo de que la vida me vuelva a llevar allí, por el motivo que sea. Volveré sabiendo que estoy condenada a ataques de nostalgia en cada esquina, recuerdos en cada calle y es probable que incluso alguna lagrimilla. Pero sin duda, al final se me escapará una sonrisa enorme, de esas que te vienen del corazón, como se me escapa cada vez que pienso en mis días allí. Una sonrisa que nace de la inmensa felicidad de haber vivido todo lo que he vivido este año. Y de haberlo vivido en Roma.
L´invenzione di un sogno, una vita in un giorno...